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jueves, enero 9, 2025

"Cuando un cerebro empieza a inflamarse comienzan a verse afectadas todas sus funciones", advierte la neurocientífica Elena Gallardo

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En una sociedad hiperconectada y marcada por el ritmo frenético, el equilibrio entre el cuerpo y la mente parece ser un objetivo cada vez más difícil de alcanzar. La vorágine de estímulos a la que nos enfrentamos diariamente —desde las notificaciones incesantes del móvil hasta las demandas laborales— genera un impacto directo en nuestra salud, tanto física como mental. A menudo, no somos conscientes de cómo este estilo de vida influye en nuestro sistema nervioso, un complejo entramado que regula desde nuestras emociones hasta nuestra capacidad de atención y respuesta al estrés. Sin embargo, ¿sabemos realmente qué ocurre en nuestro cerebro cuando atravesamos períodos de tensión o, peor aún, cuando ignoramos sus señales?

Elena Gallardo, neurocientífica con doble titulación, Biología y Medicina, se adentra en esta cuestión en su libro De la inflamación al bienestar, publicado recientemente por la editorial Pinolia. Esta obra busca tender un puente entre el conocimiento científico y la aplicación práctica, abordando temas tan relevantes como la teoría polivagal, la inflamación cerebral y los hábitos que podemos incorporar para mejorar nuestra calidad de vida. En sus páginas, se plantea una idea clave: nuestra mente y nuestro cuerpo están interconectados de manera profunda, y el bienestar de uno depende del otro.

El cerebro, una supercomputadora que procesa información constantemente, tiene límites. Cuando se satura de estímulos —algo que sucede con facilidad en nuestra era digital— comienza a mostrar signos de desregulación. Esta desregulación no solo afecta funciones cognitivas como la memoria o el lenguaje, sino que también se traduce en respuestas físicas: problemas digestivos, tensión muscular o dificultades respiratorias. Gallardo describe estos síntomas como una llamada de atención del cuerpo hacia un cerebro inflamado, una idea que puede cambiar la forma en la que entendemos nuestra salud.

Además, el libro introduce conceptos innovadores como los recursos reguladores, estrategias sencillas pero efectivas para calmar el sistema nervioso. Desde ejercicios de respiración hasta técnicas de atención plena, estas herramientas no solo promueven el bienestar individual, sino que también nos preparan para afrontar los desafíos cotidianos con mayor resiliencia.

A través de la entrevista con Elena Gallardo, profundizamos en los puntos más destacados de su obra, explorando cómo el estrés y la inflamación se convierten en enemigos silenciosos y qué pasos podemos dar para recuperar el equilibrio.

Estrés

Pregunta. En el libro mencionas que todo es información para nuestro cerebro. ¿Cómo impacta la cantidad de estímulos que recibimos diariamente en nuestra salud física y mental?

Respuesta. Actualmente, las personas vivimos sobreinundadas de información constante, sobre todo, a nivel visual y auditiva. Consumimos de manera voraz información en internet la cual, en muchas ocasiones, no seleccionamos o filtramos. Esta sobreinformación a la cual me refiero en mi libro como infoxicación, agota profundamente a nuestro cerebro. Nuestro cerebro poco ha evolucionado desde sus orígenes, sin embargo, el contexto social actual en el que se desarrolla la persona está sufriendo cambios constantes, fundamentalmente marcado por la era de la información. Al mismo tiempo, la conducta del consumidor también ha cambiado y prácticamente todo está diseñado para atraer la atención de nuestro cerebro de manera consciente pero también inconsciente, fomentando el consumismo. No debemos olvidar que nuestro cerebro es un ávido consumidor de luz, sonido y movimiento de forma que cada vez que detecte estos tres elementos, desplegará toda su atención ahí haciéndonos presos de ese preciso momento.

P. Hablas de microestrés como un problema constante. ¿Qué pequeños cambios en nuestra rutina podríamos implementar para reducir estas dosis de estrés?

R. Sí, esas pequeñas dosis de estrés nos acompañan diariamente y, en la mayoría de los casos, pasan inadvertidas. El primer paso es aprender a identificarlas. Algo que puede parecer obvio pero no lo es tanto cuando entramos en la vorágine de querer llegar a todo. Lo primero es saber que existen factores sociales o tecnológicos que nos instauran estrés casi sin darnos cuenta. Te pongo un ejemplo tecnológico: una interrupciones en WhatsApp en el foro de familias del colegio para opinar sobre la representación de Navidad (lo comento entre risas). Este tipo de interrupciones supone un tiempo estimado de 5-7 minutos de media para recuperar la atención sostenida de tu cerebro en la tarea anterior que estuvieras ejecutando. Esto afecta considerablemente a tu rendimiento. Otro ejemplo tecnológico es el de las redes sociales. Por supuesto, el cerebro que es un ávido consumidor de lo comentado anteriormente, se va a encontrar muy cómodo consumiendo información en redes sociales. Esto reduce considerablemente nuestro ancho de banda cognitivo, lo que significa que disponemos de menos recursos en nuestro cerebro para dedicarnos a tareas más exigentes, profundas y de mayor calado. Digamos que no está de moda dedicarse a la “mentefactura” (lo comento también entre risas). Un gran inconveniente de esto es que cuanto más tiempo pasemos realizando estas tareas, más acostumbramos a nuestro cerebro a ello. Generamos un hábito poco saludable. Y esto nos hace irremediablemente perder perspectiva de nuestro tiempo, nos sentimos irritables porque vemos que se nos escapa el tiempo de entre nuestras manos y no logramos completar tareas o cumplir objetivos. En todo este marco de las interrupciones digitales, mi recomendación es saber detectarlo a tiempo para combatirlo. ¿Cómo? Organizándose en el tiempo. No significa que en la era digital vayamos a privarnos de las bondades de estar bien comunicados e informados, sólo que hay que saber actuar de manera inteligente y organizada reservando tiempos específicos en nuestro día para responder a mensajes, navegar en internet y otras tareas relacionadas. Ser organizados es un reflejo de tener una mente organizada y esto ayuda a la máxima optimización de las funciones de nuestro cerebro. Esto nos permitirá vivir con mayor claridad y foco mental.

Por supuesto, cuando llevamos jornadas y semanas maratonianas en las que resulta complicado desprenderse de estas pequeñas dosis de estrés, al hilo de lo anterior, es importante saber organizarse para reservar pequeños tiempos de recuperación. En la segunda parte de mi libro, hablo de medidas específicas a adoptar que versan sobre realizar actividad física, especialmente aquella que nos permita estiramientos musculares, caminar bajo la luz natural, meditar o, simplemente, aprender a respirar para liberar tensión en nuestro cerebro. Me refiero a muchas de estas prácticas como recursos reguladores los cuales, en gran medida, sólo dependen de nosotros y de nuestra voluntad para llevarlos a cabo. Con pequeñas dosis de ellos repartidos en la semana, una persona puede reestablecer la actividad de su sistema nervioso para combatir así el estrés y, lo que es más importante, fortalecer este para aumentar su resistencia.

P. Mencionas que un cerebro inflamado puede afectar la memoria, el lenguaje y las emociones. ¿Qué señales claras debemos aprender a identificar para detectar esta inflamación en una etapa temprana?

R. Esa es muy buena pregunta pues hablar de detección en estadios tempranos es hablar de prevención, una cuestión que considero fundamental en nuestra sociedad.

Cuando un cerebro empieza a inflamarse comienza a verse afectadas todas sus funciones y entre ellas, como bien mencionas, está la memoria, el lenguaje y las emociones. De un lado, la memoria comenzará a dar avisos en algunos aspectos relacionados. Lo primero serán las clásicas pérdidas de memoria o incapacidad para retener nueva información. Sin embargo, el estrés puede afectar de muchas otras formas también. Para empezar, la memoria principal con la que operamos es la memoria implícita. Esta está ligada a la adquisición de hábitos consistentes de los que depende buena parte de nuestra vida. Te pongo varios ejemplos. Cuando éramos pequeños, aprendimos a abrocharnos un botón, escribir o más adelante a conducir a base de repetir muchas veces esa misma acción. Este tipo de memoria se consolida a base de la repetición y es muy importante que esto suceda pues implica que una vez se crea el hábito, no debemos destinar atención prácticamente a ello. Lo hacemos de forma inconsciente. De no ser así, nuestro cerebro estaría exhausto siempre. Lo que sucede actualmente es que poco trabajamos este tipo de memoria tan robusta pues no destinamos tiempo a aprender una determinada acción o un nuevo hábito. El estrés y los ritmos galopantes están deteriorando nuestra memoria implícita y nos lleva a usar otro tipo de memoria llamada explícita o declarativa que está muy ligada a la emoción y subjetividad. Esta es frágil y volátil. Por supuesto, hay otros tipos de memoria más evolucionadas como es la memoria de trabajo que nos permite realizar trabajos cognitivos más exigentes y está asociada a regiones más sofisticadas de nuestro cerebro. Para poner ésta en práctica, la persona necesita tener mucho foco y orden mental, lo cual se aleja de un contexto marcado por el estrés. Seguramente una persona estresada difícilmente llegue a desarrollar este tipo de memoria asociada a mayor desarrollo personal.

En relación a las emociones, el primer síntoma de un cerebro inflamado es un cerebro inestable emocionalmente, con dificultad de tomar decisiones. Las decisiones requieren de lógica y lógica y emoción son las dos caras de la misma moneda.

Al mismo tiempo, te añado que cuanto más inflamado el cerebro de una persona, más carga emocional añade a la memoria antes denominada frágil (memoria implícita), de tal forma que su memoria se ve altamente distorsionada. Me refiero a que su memoria estará sujeta a cómo se siente esa persona. Hablamos aquí de un concepto algo novedoso que es el etiquetado de valor. En mi libro me refiero a este como la carga emocional asociada a eventos vividos con alta exposición a estrés o eventos traumáticos que generan inflamación del cerebro. Te pongo un ejemplo. Una persona que ha vivido durante mucho tiempo alguna situación familiar que le ha generado mucho estrés. Esto le ha creado un etiquetado de valor en su subconsciente de tal forma que tiene un tipo de memoria asociada a este tipo de eventos que se manifiesta, seguramente, con una alta carga emocional de signo negativo. Seguramente, esta persona ante un episodio puntual y leve que le recuerde vagamente a lo anterior, debido a este tipo de memoria ya creada, responderá de una manera algo desadaptada y desproporcionada. Un mal control emocional siempre se aleja de la razón y la lógica.

Desde un punto de vista neurobiológico, la región por excelencia que se ocupa de la regulación emocional reside en la corteza prefrontal. Al contrario de lo que piensan muchas personas, las emociones no sólo residen en las regiones clásicas atribuidas a esta (llamado por algunos autores el cerebro emocional) sino también hay que hablar de la región de la regulación emocional. Esta reside en la corteza prefrontal donde también reside la atención o la memoria de trabajo, considerando todas estas funciones muy evolucionadas de nuestro cerebro. Un cerebro inflamado, va a tener dificultad para autorregularse. Esta es la razón por la cual, la falta de regulación emocional tal como la contención (inhibición cognitiva), adaptación a situaciones diversas (flexibilidad cognitiva) y otras, se ven muy afectadas cuando existe estrés en nuestras vidas e inflamación cerebral.

Como estarás comprobando, hablar de funciones cerebrales es dedicarle casi una entrevista individual a cada una de ellas (lo comento entre risas). ¿Sobre el lenguaje? Un cerebro inflamado comienza a tener dificultad para usar de manera adecuada su léxico (la persona no recuerda esa palabra que tantas veces había usado anteriormente) o, simplemente, pierde fluidez verbal.

Inflamación intestinal y Alzheimer

P. La teoría polivagal es un concepto central en tu libro. ¿Podrías explicar de forma sencilla cómo esta teoría puede ayudarnos a transitar entre estados de alerta y seguridad?

R. La teoría polivagal nos cuenta que nuestro sistema nervioso se puede encontrar en 3 estados diferentes: estado de movilización, inmovilización y bienestar. El primero se caracteriza por un sentimiento de inquietud, agitación, irritabilidad, ansiedad, estrés, hipervigilancia y exceso de movimiento. El segundo es el estado opuesto. Es lo más parecido a quiero quedarme debajo del edredón y por favor, que pare el mundo. Sus síntomas son sentimientos de entumecimiento corporal, niebla mental, agotamiento, pérdida de memoria, aislamiento social y falta de apetencia hacia todo lo exterior. En cualquiera de los dos estados, se producen cambios en otras funciones y órganos porque, al fin y al cabo, nuestro cerebro va a coordinar a nuestro corazón (nos bombea más rápido el corazón), nuestra respiración (tenemos una respiración alterada y superficial) o nuestro sistema locomotor (nos movemos sin razón aparente). El objetivo de mi libro es potenciar el autoconocimiento de una persona hacia estos estados a fin de descubrir sus síntomas y poder tender al estado tercero, el de bienestar. Según la teoría polivagal, este estado es llamado estado del compromiso social de una forma general pues cuando la persona logra tranquilidad, relajación y bienestar individual, accede a transmitir estos tres grandes atributos del ser humano a los demás. Aunque soy neurocientífica, me considero muy humanista también. En mi libro hablo de que cuando se logra este tercer estado, la persona es capaz de desplegar bondad, amabilidad, empatía y compasión hacia los demás. Estar bien con uno mismo contagia a los demás de aspectos muy positivos.

P. En tu opinión, ¿qué papel juega la atención plena en la regulación de nuestro sistema nervioso, y cómo empezar a practicarla si nunca lo hemos intentado?


Fuente Informativa

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