Bad Bunny en el Super Bowl: controversia, críticas y la hipocresía detrás del gran show latino
El anuncio de que Bad Bunny encabezará el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl 2026 encendió debates que van más allá de quién canta en el escenario más grande del mundo. Lo que parecía una celebración histórica para la cultura latina se convirtió en foco de críticas, reproches y cuestionamientos sobre lengua, identidad, “americanidad” y doble estándar en el entretenimiento.
La controversia en torno a la participación de Bad Bunny en el Super Bowl revela mucho más que una simple discusión sobre música o espectáculo: es un espejo de las tensiones culturales, lingüísticas y sociales que aún atraviesan a Estados Unidos.
Las reacciones que ha generado permiten examinar las contradicciones de una sociedad que se proclama diversa, pero que a menudo reacciona con incomodidad cuando esa diversidad ocupa el centro del escenario.
Al mismo tiempo, la situación invita a recordar a los artistas latinos que, antes que él, ya habían abierto camino en ese mismo escenario global, demostrando que la cultura hispana no es una invitada en la fiesta estadounidense, sino una de sus anfitrionas más vibrantes.
La noticia que detonó las críticas
El 28 de septiembre de 2025, la NFL anunció oficialmente a Bad Bunny como cabeza del halftime show del Super Bowl LX, a realizarse el 8 de febrero de 2026 en el Levi’s Stadium, en Santa Clara, California.
Bad Bunny será el primer artista latino en liderar el espectáculo de medio tiempo en solitario, con un show que promete resaltar la cultura y la música en español ante una audiencia global.
La reacción fue inmediata y polarizada. Desde sectores conservadores se criticó la decisión por varias razones: el uso exclusivo del español, su postura política, su estilo artístico y hasta su presunta “desconexión” con el público angloparlante. Algunos insinuaron que Bad Bunny “no era lo suficientemente americano” o cuestionaron su patriotismo.
Pero más allá del ruido mediático, estas críticas revelan un sesgo cultural: muchos no cuestionan el idioma cuando artistas internacionales —no latinos— usan su lengua natal en eventos globales. Por ello, parte del rechazo a Bad Bunny parece alimentado por prejuicios lingüísticos y culturales más que por criterios artísticos.
Las críticas más comunes (y sus grietas)
1. “Debe cantar en inglés / representar al público estadounidense”
Una queja recurrente es que Bad Bunny debería cantar canciones en inglés o mezclar ese idioma para “ser más accesible”. Pero esto ignora realidades demográficas: más de 43 millones de personas en EE.UU. hablan español en casa.
2. Comentarios sobre “anti-ICE”, “posturas políticas” y acusaciones de radicalismo
Parte del rechazo está en las posturas políticas de Bad Bunny, especialmente sus críticas a políticas migratorias y recordadas tensiones con el ICE (Inmigración). Críticos lo han acusado de usar su plataforma solo para moverse políticamente.
Pero eso es hipocresía. Muchos artistas han hecho declaraciones políticas durante sus carreras, y no se exige neutralidad a otros géneros musicales o artistas angloparlantes. La diferencia es la visibilidad de su identidad latina: al pronunciarse, Bad Bunny carga con el peso simbólico de representar una comunidad marginada.
3. “No es el primer latino en el Super Bowl”
Algunos críticos restaron importancia al anuncio diciendo que “otros latinos ya lo hicieron”, y en parte tienen razón: no es la primera vez que artistas latinos suben al escenario del Super Bowl. En el Super Bowl LIV de 2020, por ejemplo, Jennifer Lopez y Shakira protagonizaron un espectáculo histórico que celebró la cultura latina ante una audiencia global, combinando ritmos en inglés y español y llevando un mensaje de orgullo y resistencia.
En ese mismo show, Bad Bunny participó como invitado, interpretando junto a Shakira una mezcla de temas que fusionaban su estilo urbano con los clásicos de la cantante colombiana.
Años antes, Gloria Estefan había sido pionera al convertirse en la primera artista latina en encabezar el espectáculo de medio tiempo, llevando los sonidos del pop y la música caribeña al escenario más visto de la televisión estadounidense. Su participación abrió un camino importante para que, años después, otros artistas latinos pudieran tener presencia en el evento.
Sin embargo, ninguno de ellos enfrentó el nivel de escrutinio que ahora se dirige hacia Bad Bunny. Ni Shakira ni J.Lo fueron criticadas por cantar en español o por representar su cultura en el escenario; al contrario, fueron celebradas.
Lo que hace diferente la elección de Bad Bunny no es solo su origen o su idioma, sino la intención de encabezar el espectáculo en solitario, con su propio repertorio, y posiblemente mayoritariamente en español, en un momento político y social mucho más polarizado. Además, su estilo, su estética y su mensaje —a menudo críticos con las estructuras de poder— lo sitúan en una posición más desafiante que la de sus predecesoras. Por eso, aunque otros latinos ya brillaron antes en el Super Bowl, ninguno lo hizo desde un lugar tan auténticamente latino y con tanta carga simbólica como lo hará Bad Bunny.
Así que aunque no es históricamente novedoso que latinos participen del Super Bowl, sí lo es que un artista latino, totalmente en español y con gran visibilidad política, lo encabece solo.

esfuerzos de la organización para demostrar que sí están a favor de la diversidad cultural.
La hipocresía cultural: por qué estas críticas revelan más de quienes las emiten que del artista
Cuando criticamos un artista latino por hacer lo que otros hacen sin controversia —cantar en su idioma, expresar su identidad, manifestar su cultura— estamos siendo injustos. Es un acto de doble rasero.
A los artistas latinos en Estados Unidos se les impone, con frecuencia, un estándar de conformidad cultural que rara vez se aplica a otros.
Se espera que sean “latinos amables”, figuras que entretengan sin incomodar, que celebren la diversidad solo mientras no desafíen las normas dominantes.
Cuando lo hacen —ya sea a través de una letra, una postura pública o simplemente cantando en su idioma— la reacción suele ser inmediata: críticas, juicios sobre su actitud o incluso cuestionamientos sobre su “americanidad”.
En el caso de Bad Bunny, esto resulta particularmente absurdo, pues como puertorriqueño es ciudadano estadounidense por derecho de nacimiento.
Sin embargo, en el imaginario de muchos, el ser latino lo sitúa automáticamente fuera de lo que se considera “lo americano”.
Además, se tiende a etiquetar como “político” todo lo que un artista latino expresa con autenticidad, incluso cuando otros artistas no latinos abordan temas similares sin recibir esa carga.
Esta diferencia revela un sesgo profundo: una incomodidad con las voces que representan a comunidades que históricamente han sido marginadas y que ahora exigen ocupar el mismo espacio cultural y simbólico que los demás.
En el fondo, no se critica su música, sino el hecho de que su presencia y su mensaje cuestionan el equilibrio del poder cultural en Estados Unidos.
En ese sentido, la controversia funciona como registro de lo que aún no aceptamos del cambio cultural: que el español, la cultura latina y la identidad de los latinos no son “añadidos”, sino parte constitutiva del tejido de este país.

¿Por qué Bad Bunny puede (y debe) tener este escenario?
A pesar de las críticas, existen muchas razones por las cuales la elección de Bad Bunny para encabezar el espectáculo del Super Bowl tiene pleno sentido, tanto desde una perspectiva artística como cultural. En primer lugar, su popularidad global es innegable.
Es uno de los artistas con más reproducciones en plataformas de streaming en el mundo y, durante varios años consecutivos, ha encabezado las listas de Spotify y Apple Music. Su presencia en el escenario más visto del planeta garantiza atención mediática, un incremento en la audiencia televisiva y, sobre todo, una conexión con nuevas generaciones que consumen la música de manera distinta: digital, global y sin fronteras lingüísticas. En una industria que lucha por atraer audiencias jóvenes, su inclusión representa una apuesta inteligente.
Además, su estilo artístico, profundamente arraigado en el idioma español y en las sonoridades del Caribe, demuestra que el éxito internacional no depende de imitar la estética anglosajona.
Bad Bunny encarna la posibilidad de ser “mainstream” sin renunciar a la identidad. Su música, que mezcla reguetón, trap, pop alternativo y crítica social, ha logrado derribar las barreras culturales que antes separaban lo “latino” de lo “universal”. Que un artista cante en español y aún así conquiste los escenarios globales es una reivindicación de siglos de invisibilización cultural.
En este sentido, su participación no solo es un triunfo personal, sino una victoria simbólica para millones de hispanohablantes que han crecido viendo cómo su idioma y su cultura eran marginados de los espacios centrales del entretenimiento estadounidense.
Su identidad puertorriqueña y sus raíces latinas lo convierten en un símbolo poderoso de la contribución cultural de los latinos a Estados Unidos. Bad Bunny no es un invitado externo que llega al país a imponer su cultura: forma parte de una generación de estadounidenses latinos que están redefiniendo la idea misma de lo que significa ser americano.
Desde Ricky Martin hasta Lin-Manuel Miranda, los artistas boricuas han tenido un impacto profundo en la música, el teatro y el cine, pero pocos lo han hecho con el nivel de alcance y la audacia de Bad Bunny. Su acento, sus letras y su presencia escénica representan una afirmación orgullosa de esa dualidad: ser latino y estadounidense al mismo tiempo, sin tener que elegir una identidad sobre la otra.
El hecho de que varios críticos y analistas planteen la controversia como un problema de idioma o de política revela más sobre la fragilidad de ciertas estructuras culturales que sobre cualquier limitación de Bad Bunny como artista. El malestar que genera no se debe a su talento, sino a lo que simboliza: una figura que rompe con la homogeneidad cultural y desafía la idea de que el “centro” del entretenimiento debe seguir siendo exclusivamente blanco y angloparlante.
Que el español se escuche en el escenario más visto del mundo no es una amenaza; es una realidad inevitable del país que Estados Unidos ya es —uno donde la diversidad no es tendencia, sino esencia. En lugar de ver su elección como un riesgo, deberíamos entenderla como un reflejo de lo que este país verdaderamente representa: una nación de muchas voces, muchas lenguas y muchas formas de ser estadounidense.

Más allá de la controversia, la oportunidad
La decisión de poner a Bad Bunny como cabeza del espectáculo de medio tiempo del Super Bowl no es perfecta ni está libre de riesgos, pero su significado simbólico supera cualquier polémica. No se trata solo de quién sube al escenario, sino de qué representa su presencia en él. Durante décadas, el halftime show ha sido un escaparate de lo que Estados Unidos quiere proyectar al mundo: poder, talento y diversidad. Pero esa diversidad ha sido, muchas veces, selectiva.
La llegada de Bad Bunny a ese escenario rompe con esa visión limitada, porque su figura no encaja en los moldes tradicionales de lo que la industria cultural estadounidense ha considerado “aceptable”. Él no es el artista latino que pide permiso para entrar: es el artista latino que entra con orgullo, en su idioma, con su acento y su autenticidad intacta.
El valor de su presencia va mucho más allá del entretenimiento. En una sociedad donde los discursos sobre inmigración, identidad y pertenencia continúan dividiendo, ver a un artista latino cantar en español frente a millones de personas es un acto político en sí mismo —no porque él busque provocar, sino porque su sola existencia desafía jerarquías culturales que aún persisten. Su show no será simplemente un espectáculo musical; será un reflejo de cómo la cultura latina se ha convertido en una fuerza central dentro del tejido estadounidense.
Criticarlo por cantar en español o por tener opiniones políticas es aceptar los límites de un viejo orden cultural que solo tolera la diversidad cuando esta no incomoda. Esa resistencia revela una verdad incómoda: muchos aplauden la inclusión solo cuando se mantiene dentro de los márgenes del poder dominante.
Pero si la diversidad no desafía, no es real. Y Bad Bunny, con su irreverencia, su lenguaje directo y su capacidad de conectar con públicos tan distintos, está demostrando que se puede ser global sin ser anglo, que se puede ser universal sin dejar de ser latino.
Aceptar y celebrar a Bad Bunny en el Super Bowl no significa idolatrar a un individuo, sino reconocer una transformación cultural profunda: la de un país que ya no puede entenderse sin su población latina. La música, el idioma, la estética y las historias latinas ya no son un “color local” dentro de la cultura estadounidense, sino uno de sus pilares más influyentes.
Que la NFL —una de las instituciones más conservadoras y simbólicas del país— haya abierto ese espacio representa un cambio histórico, una admisión tácita de que la nueva América es multicultural, bilingüe y mestiza.
Bad Bunny no solo se suma a la historia latina del Super Bowl; la redefine y la expande. Es la prueba viviente de que el futuro del entretenimiento en Estados Unidos será cada vez más diverso, más audaz y más reflejo de su verdadera composición social. No será un espectáculo exento de críticas, pero quizás esa es la mejor señal de su importancia: lo que provoca debate, incomodidad y reflexión es lo que realmente transforma.
Por eso, más que escandalizarnos, deberíamos agradecer que en el escenario más visto del planeta se escuche una voz que representa a millones. Porque cada palabra cantada en español, cada gesto de orgullo y cada nota que desafía el silencio impuesto por décadas, es una victoria colectiva.
Bad Bunny no solo está haciendo historia en el Super Bowl; está recordándole a Estados Unidos que su historia también se escribe —y se canta— en español.
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