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Cómo criar a un cachorro de Border Collie en un entorno urbano: consejos y reflexiones


Border Collie

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Adoptar un cachorro es una decisión que puede cambiar la vida de una familia de manera significativa. La llegada de un nuevo miembro canino no solo trae alegría y compañía, sino también una serie de responsabilidades que deben ser consideradas cuidadosamente antes de tomar la decisión final. 

La importancia de tomar una buena decisión a la hora de adoptar un cachorro no puede ser subestimada, ya que afecta tanto al bienestar del animal como a la dinámica familiar. 

Si quieres saber más al respecto, descubre en exclusiva un extracto del primer capítulo del libro “Cachorros”, publicado recientemente por Pinolia y escrito por David Ordóñez, donde se exploran más a fondo estos temas y se ofrecen consejos prácticos para quienes están considerando la adopción de un nuevo miembro canino en su familia.

La decisión más importante

Hace apenas dos años me enfrenté al difícil reto de criar a una adorable cachorra de border collie en mi pequeña vivienda en el centro histórico de Jaén. Por aquel entonces, ya sabía que los meses venideros no serían fáciles no solo por la llegada de nuestra querida Breva, sino porque, además, había decidido meterme en un montón de charcos que me tendrían bastante ocupado durante un tiempo: me matriculé en un máster universitario con el fin de poder acceder al doctorado, estaba inmerso en el proceso de escritura de mi primer libro, “Vivir feliz con mi perro”, tenía numerosos proyectos profesionales en el campo docente y de investigación en la universidad en la que imparto clase, y mucho trabajo en Perruneando, la entidad dedicada a la educación canina y las intervenciones asistidas con perros que dirijo desde 2013. Por supuesto, todos estos proyectos requerían un notable compromiso por mi parte. Si a todo esto le sumas dos hijas, una pareja, otra perra que entraba en su etapa de vejez y el deseo de tener cierta vida más allá del trabajo… resulta comprensible que me asaltaran las dudas y me plantease una serie de preguntas que eran más que pertinentes cuando uno está dispuesto a incluir a un miembro más en su familia multiespecie y las circunstancias, a priori, no son las más adecuadas. 

La primera y más lógica de estas dudas y preguntas era la siguiente: quiero convivir con un perro, pero ¿realmente puedo? A la que se sumaron estas otras: ¿sería capaz de darle la suficiente calidad de vida a este ser vivo que yo había decidido introducir en casa?, ¿sería feliz la perra en esta nueva familia que no había elegido? Quizá sean estas algunas de las cuestiones que cualquier persona debería hacerse antes de empezar una relación con un cachorro, porque está claro que Breva no fue quien tomó la decisión aquel caluroso día de septiembre de viajar desde Cuenca hasta Andalucía para cambiar su numerosa familia canina por otra mucho más reducida, llena de humanos y con una única perra. Por tanto, desde el primer momento en que nos planteamos incorporar un perro en casa tenemos la obligación ética y moral de ponernos en la piel del animal, intentar comprender y entender qué puede estar sintiendo el can en cada momento, con el fin de tomar las mejores decisiones para él dentro de la convivencia. Especialmente, cuando hablamos de un cachorro. 

Ilustración artística de dos perros. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez

Vivir con un perro e intentar que sea feliz consiste en tomar decisiones cada día, a cada momento, por él. Sin duda, la más importante de todas es decidir si integrarlo o no dentro de nuestras vidas. En el caso de que el resultado sea afirmativo, a partir de ese gran momento, no dejaremos de organizar y estructurar todos los aspectos en el desarrollo de estos excepcionales animales: qué van a comer, dónde irán de paseo, con quién se van a relacionar, cuántas veces saldrán, dónde dormirán, etc. Y este era el reto que tenía por delante con nuestra perra Breva. 

Vivir con un perro e intentar que sea feliz consiste en tomar decisiones cada día, a cada momento, por él.

Más allá de la motivación que me llevó a considerar su incorporación a nuestro núcleo familiar, que tenía que ver con mi actividad profesional en intervenciones asistidas con perros, quise hacer ese proceso de reflexión interna en el que mi punto débil era, evidentemente, la falta de tiempo. O mejor dicho, la organización del mismo. Todas mis obligaciones personales y profesionales fueron adquiridas con anterioridad, y sería injusto que las personas de mi familia, nuestra otra perra, Dune, o la propia Breva sufrieran a causa de una decisión equivocada. Por mi bagaje como educador canino conocía todas las necesidades que un cachorro tiene en sus primeras fases de vida. Eso me otorgaba cierta claridad a la hora de pensar, y es justo lo que me impulsó a proponer a mi editora la publicación de un libro como este para que, a través de su lectura, cualquier persona pudiera obtener el conocimiento necesario para afrontar este paso tan importante. Y el comienzo de ese camino está en tomar correctamente la primera decisión: saber si estamos capacitados o no para intentar hacer felices a nuestros futuros compañeros caninos

Sin duda, es la más trascendental de todas las que tomaremos. Es evidente que nadie tiene —ni tendrá— la certeza de haber hecho lo correcto, pero esto no nos exime de iniciar un proceso de reflexión que debería llevarnos a analizar algunos aspectos de la convivencia futura que pueden orientarnos en la buena dirección. En mi caso, fueron noches con algún desvelo pensando en todo ello. Incluso hubo un momento, después de interesarme y visitar a la camada en varias ocasiones, en el que dudé de mi capacidad para poder organizarme y ofrecerle a esa hermosa bolita de pelo la calidad de vida que merecía. Pero, finalmente, confié en que sería capaz de asumir la responsabilidad y cubrir aquellas necesidades que tendría durante los primeros meses y de las que hablaré en los próximos capítulos. 

Cualquier persona que quiera convivir con un cachorro, ya sea un border collie, un golden retriever o un mestizo, debe saber que los perros no son seres independientes en el sentido estricto del término. Por supuesto, son capaces de satisfacer sus necesidades básicas de relación, alimentación y de reproducción por sí mismos, pero no las hacen ni cuando, ni donde ni como quieren, sino que todas ellas, además de muchas otras cosas, están sujetas a nuestro criterio y voluntad. Esto implica una responsabilidad enorme, ya que su desarrollo biológico y social y, por tanto, su bienestar están en nuestras manos, lo que implica la asunción de unos costes que, más allá de los económicos, van a determinar la calidad del vínculo que generemos entre nuestro cachorro y nosotros. 

Este vínculo humano-animal es la capacidad que tenemos los perros y las personas de establecer una relación afectiva con otros individuos desde un punto de vista físico, motivacional y emocional. Existen diferentes pruebas para medir dicho vínculo. Una de ellas es el conocido como Monash Dog Owner Relationship Scale (MDORS) que plantea que la relación entre humanos y perros solo es sostenible cuando, en el saldo entre los beneficios de la convivencia y sus costes, los primeros superan a los segundos. Por tanto, una cuestión fundamental que debemos interiorizar desde el principio es que convivir con un perro es algo que puede reportar beneficios a ambas partes, pero también lleva aparejados unos costes que debemos asumir para que la convivencia llegue a buen puerto.

Tradicionalmente, la ciencia se ha preocupado por mostrar los beneficios que las personas recibimos de la convivencia con un perro. 

Esta es una visión antropocéntrica de la relación en la que, rara vez, se pone el foco en cuáles son las ganancias para el animal y, por tanto, debe ser superada poco a poco para que, además de beneficiosa, también sea justa para ambas partes. Y, aunque en este capítulo se describan en mayor medida estos potenciales beneficios para los humanos, el resto del libro pretende hacer justicia colocando en el centro de las decisiones a nuestros pretendidos mejores amigos. Dicho esto, hablemos de algo que es una realidad y que además es maravilloso: los perros nos aportan bienestar en muchas áreas. Y, conocer estos beneficios debe ayudarnos a valorar aún más la presencia de estos animales en nuestros hogares. Así, gracias a la ciencia, sabemos que la presencia de un perro puede tener unos potenciales beneficios sobre la salud de las personas por el mero hecho de la convivencia. 

En este punto, me gustaría advertir que, en ningún caso, estos animales deberían ser considerados un sustitutivo de cualquier tratamiento sanitario. Considerar que el perro puede ayudarnos a superar un proceso de enfermedad física o mental como argumento para incluirlo en una familia puede ser un grave error. Existen modelos de intervención sanitaria y socioeducativa en la que participan perros profesionales. Es lo que se conoce como intervenciones asistidas con perros, en las que el proceso terapéutico está dirigido por un profesional de la salud legalmente capacitado para ello. Poner esa expectativa y responsabilidad en cualquier cachorro es irreal e injusto. Un perro que vaya a convivir con una familia no puede ser considerado como el responsable de mejorar la salud de las personas en términos generales, más allá de los potenciales beneficios de la relación que veremos a continuación. 

Los perros pueden ofrecer muchos beneficios para la salud. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez

Si te has preguntado por qué muchas personas disfrutamos acariciando a un perro y, en cierta manera, podríamos decir que nos hace sentir mejor, esto tiene una razón y está en nuestro interior, literalmente. Cuando interactuamos con estos animales a través de las caricias principalmente, en nuestro cuerpo suceden algunas reacciones fisiológicas muy interesantes y beneficiosas. 

Por una parte, diferentes investigaciones han revelado que este contacto físico genera una descarga de oxitocina, conocida como la hormona del amor, presente en los procesos de vinculación afectiva que se dan entre una madre y su hijo durante la lactancia, por ejemplo. Es una hormona que tiene un efecto amortiguador del estrés y que potencia las relaciones interpersonales, y también, por lo que sabemos, no solo hacia otros humanos sino también hacia los perros. 

Además, se ha estudiado que aquellas personas a las que la convivencia con estos animales les reporta menos costes en cuanto al cuidado obtienen mejoras no solo en el aumento de los niveles de oxitocina, sino también una disminución más acusada de otra de las hormonas estudiadas con más intensidad: el cortisol. Esta otra sustancia está presente en los procesos de estrés, de tal manera que un nivel alto de esta hormona puede indicarnos mayores tasas de estrés. 

Es interesante saber que los niveles de oxitocina y cortisol, tanto en perros como en sus compañeros humanos, están asociados con la forma en que los tutores interactúan con sus perros y también con los comportamientos provocados por el contacto. Es decir, las interacciones que están basadas en las caricias provocan un mayor aumento de la oxitocina y una disminución del cortisol. Por tanto, parece lógico que este tipo de contacto nos guste tanto a las personas y disfrutemos de ello mientras descansamos. De hecho, Breva es experta en conseguir sesiones extras de masajes cada vez que nos sentamos en el sofá. 

Dado que vivimos en una sociedad que podríamos considerar bastante estresada, la investigación relacionada con la influencia que la interacción entre perros y humanos pueda tener sobre este aspecto se vuelve muy relevante. Hace algún tiempo realizamos un experimento en el que sometíamos a estudiantes universitarios a una tarea estresante. La investigación fue desarrollada por un equipo de investigación liderado por mi compañero Rafael Martos, del departamento de Psicología de la Universidad de Jaén. La tarea que el alumnado debía realizar consistía en memorizar un texto para luego exponerlo en público. Un grupo recibía durante el proceso el apoyo de Mico, un precioso y cariñoso golden retriever, mientras que el otro grupo podía acariciar un muñeco de peluche. 

Los resultados fueron muy interesantes, dado que encontramos que las personas que estuvieron acompañadas por el ser vivo relataron un menor estrés percibido y se registraron valores inferiores en la tasa cardíaca. Este hallazgo no era novedoso, puesto que otras investigaciones ya relataron resultados similares en anteriores estudios, pero sirve para apoyar la idea de que la interacción con un perro amable y sociable puede ser un modulador de nuestro estado anímico en situaciones estresantes. 

Así, en 2018, se llevó a cabo otra investigación con personas adultas en la que se llegó a la conclusión de que la convivencia con un perro influye en la salud de manera positiva. En esta investigación pudieron comprobar que el grupo estudiado con un estilo de vida con perro obtenía niveles más bajos de cortisol y colesterol total frente a aquellos que no tenían perro. 

Estoy seguro de que muchas de las personas que estáis leyendo estas líneas os preguntaréis si esto tiene algún tipo de repercusión para el perro. O, dicho de otra forma, ¿al perro le afecta vernos estresados?, ¿somos capaces de transmitirles nuestro estado de ánimo a nuestros compañeros caninos? Por mi experiencia personal con los perros con los que he convivido y a los que he atendido de manera profesional, diría que es así. Pero, más allá de las interpretaciones personales y subjetivas, veamos de nuevo qué nos dice la ciencia al respecto. 

Por un lado, se dio a conocer un estudio realizado en Japón en el que los resultados indican que el animal puede contagiarse emocionalmente de su compañero humano, y que esto puede ocurrir en mayor medida en hembras, siendo el tiempo compartido clave para ello. A mayor tiempo de interacción diaria, mayores posibilidades de que suceda. 

El animal puede contagiarse emocionalmente de su compañero humano.

Especialmente significativo fue el estudio llevado a cabo por investigadores de la universidad sueca de Linköping para analizar la relación entre cincuenta y ocho parejas de perros y personas a lo largo de un año valorando las características de personalidad de los humanos. Este estudio quería comprobar cómo podía influir todo esto en el cortisol almacenado en el pelo. 

En este caso, los datos obtenidos indican que los rasgos de la personalidad humana, el neuroticismo, la escrupulosidad y la apertura afectaron significativamente al perro. Por tanto, puede afirmarse que estos animales de compañía pueden verse afectados por nuestra manera de afrontar las situaciones estresantes. 

Otros estudios similares han encontrado resultados que van en la misma dirección. Dentro de las investigaciones realizadas en este campo, me llamó la atención una que constató que las sesiones de entrenamiento con animales podían mejorar la salud de las personas con las que convivían aun cuando sus rasgos de personalidad describiesen a alguien a quien comúnmente catalogaríamos como persona estresada. 

Dentro de este grupo de beneficios que pueden ayudarnos a configurar una opinión positiva sobre la introducción de un perro en un contexto familiar están aquellos que se refieren al cuidado de nuestro corazón, y no en el sentido figurado. 

Recientemente, me topé con una investigación que planteaba que pasar tiempo en presencia de un perro de compañía aumenta la variabilidad de la frecuencia cardíaca de los tutores indicando que el contacto con el perro puede aparejar mejoras generales en esta variabilidad y en la salud cardíaca de las personas estudiadas. 

Por otra parte, parece que la convivencia con estos animales también podría ayudar a prevenir una enfermedad coronaria y tener una menor reactividad cardíaca al estrés. Es decir, la convivencia con un perro puede ayudarnos a estar más tranquilos de manera general y, por tanto, reducir los riesgos vasculares derivados del aumento del estrés. Otro factor que puede ser determinante en el cuidado del corazón es el aumento de la actividad física ligada al cuidado de los canes con los que se convive. 

Muchas personas aprovechan momentos en la mañana o la tarde para salir a caminar con la excusa de pasear al perro. Ya sea por la necesidad que pueda tener el propio animal, o bien por la necesidad de sentirnos acompañados en estos paseos, los perros suelen ser predictores de un mayor aumento en la actividad física, particularmente, en aquella que hace referencia a caminar. En este sentido, encontramos diferentes investigaciones que ponen el foco en el beneficio de pasear con un perro, pero también en la actividad del sistema nervioso por el mero hecho de acariciar o hablar al animal. En un estudio en el que participaron más de setenta personas se obtuvo que el grupo que caminaba con un perro daba una media de 2589 pasos adicionales y un aumento en ochenta minutos en el tiempo medio durante un periodo de ocho meses frente al grupo que lo hacía sin la compañía de estos animales. 

Más allá de lo anterior, existen otros beneficios que tienen que ver, por ejemplo, con la convivencia con perros y niños. En mi libro anterior explicaba cómo había sido mi experiencia personal con mis hijas y mis dos perras, algo maravilloso que me hizo aprender mucho más sobre la relación, la importancia de crecer en compañía de un perro y sus beneficios, tales como una amortiguación de los efectos de una situación estresante o el desarrollo de un mayor afecto positivo entre los infantes que se encuentran en contacto con estos animales de compañía. Los perros de familia fomentan un mejor desarrollo socioemocional de aquellos niños que crecen interactuando con los canes. 

Comparto plenamente la idea de que todos los niños deberían crecer acompañados por un perro que el psicólogo Dieter Krowatschek lanza en su libro sobre este tema. En esta obra expone su experiencia en el campo de la educación de población infantil y adolescente y cómo su perra lo ayudó a poder traspasar ciertas fronteras a nivel emocional con ellos para poder asistirlos en el proceso de atención psicológica que llevaban a cabo. En mi caso he de decir que, en su medida, las perras han jugado —y juegan— un papel destacado en la convivencia y educación de nuestras hijas.

Insisto en que estos efectos sobre la salud de las personas derivados de la interacción con un perro, en ningún caso, deben o pueden sustituir a una terapia convencional. En mi opinión, debemos considerar estos beneficios como algo positivo y valorarlos en su justa medida, pero no envolver la relación en un halo mágico que la idealice y que, posteriormente, pueda acarrear efectos negativos tanto para los perros como para las personas. Ya sabemos que los perros nos aportan seguridad, calma, alegría, apoyo emocional, etc. Pero, entonces, ¿por qué hoy en día siguen ocurriendo situaciones de abandono?, ¿por qué muchas personas que deciden incluir a un perro en su familia terminan deshaciéndose de él si son tan beneficiosos? La respuesta ante el abandono no es sencilla e implica muchas variables: la personalidad, los recursos económicos, las circunstancias socioculturales, la salud, etc. 

Ilustración artística de un Border Collie. Foto: Leonardo.ai / Christian Pérez

Sin embargo, me gustaría detenerme en aquellos que terminan deshaciéndose del cachorro, o de un perro adulto, porque no era lo que esperaban o habían idealizado la convivencia. Bien, esto tiene que ver quizá con aquello a lo que no se le presta tanta atención. 

Está relacionado con diferentes aspectos de la relación que, como comenté con anterioridad, muchas veces no nos planteamos, pero que debemos considerar si queremos que esas situaciones de abandono, incluso de maltrato, no sucedan. Si nunca has tenido la oportunidad de convivir antes con estos maravillosos animales y estás pensando en acoger a un cachorro en casa o lo has hecho recientemente, estoy seguro de que lo que describiré a continuación te puede interesar bastante.

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Fuente :MuyInteresante.com

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