jueves, noviembre 21, 2024

Envejecer entre amigos, el tesoro que hallaron adultos mayores en México

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Martínez, una maestra jubilada de 65 años, y su esposo Francisco Vigil, de 61, cambiaron su casa en la agitada Ciudad de México por esta comunidad de Malinalco, un tranquilo municipio turístico a unos 100 kilómetros de la capital.

En un terreno rodeado de bosques y montañas, esta pareja y otras 28 personas mayores han construido hasta ahora seis casas con dinero de sus jubilaciones y ahorros.

Seis ya viven en el lugar, donde está previsto construir otras nueve viviendas, mientras los demás van y vienen, aunque el propósito es permanecer allí el resto de sus días.

“En mi vida laboral di y di de mí porque recibía un salario (…), ahora es diferente porque es colaborar (…) y he aprendido que dar es mucho más satisfactorio de lo que hubiera imaginado”, dice Vigil , un ex empleado de la industria automotriz, sobre el espíritu del “cohousing”, un modelo de vivienda colaborativa surgido en Dinamarca.

Frente a un gran jardín y una piscina que completan las zonas comunes, el hombre explica que su deseo y el de su mujer es que sus hijos hagan vida propia.

“Si educamos a nuestros hijos para volar, cuando ellos vuelen nosotros también tenemos que volar”, reflexiona.

La pareja también quiere envejecer en mejores condiciones que sus padres. Los ancianos “nunca reciben los cuidados que necesitan, están muy solos”, afirma la mujer, cuyo padre murió a los 91 años tras pasar un tiempo en una residencia de ancianos.

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“La Guancha” nació en 2009 como un proyecto académico de Margarita Maass sobre la mejora de la calidad de vida de los adultos mayores, un tema que podría ganar interés en este país cuya población –de 127,5 millones de habitantes– enfrenta “un proceso de envejecimiento moderadamente avanzado”. ”, según las autoridades.

Junto a varios conocidos, Maass, doctor en ciencias sociales, compró el lote donde años después sus actuales dueños construyeron casas con paredes de paja y arcilla e instalaron calentadores solares para el agua, que obtienen de la lluvia y de un canal que se alimenta de ríos.

También sembraron árboles de mango, mamey, naranjo, guayaba y limón. “La naturaleza es algo que (…) me llena el alma”, afirma Martínez, quien armó el recetario con la ayuda de chefs, nutricionistas y “muchos glotones”, como llama cariñosamente a sus compañeros.

Como aporte a su nueva familia, Vigil sistematizó las compras según el menú y el número de comensales, gasto que se financia con aportes de todos. También está a cargo del reglamento y del colegio de abogados.

“El cohousing es una muy buena solución para las personas que se quedan solas porque significa vivir juntos; para las personas que se quedan sin mucho dinero porque comparten gastos, y para las personas que tienen problemas de enfermedades, porque al estar juntas comparten médico”, resalta Maass.

El investigador explica que este modelo se diferencia del asilo porque el grupo “decide cómo quiere su casa, dónde la quiere, de qué tamaño, con qué personas y con qué recursos económicos”.

“Nueva vida”

El cohousing surgió en los años 60 y se ha extendido a países como España y Uruguay. En México empieza a despegar con 12 proyectos.

Según el instituto de estadísticas, INEGI, entre 2018 y 2023 la población de 60 y más años aumentó de 12.3% a 14.7%, mientras que la tasa de fecundidad cayó de 2.07 a 1.60 hijos por mujer en promedio. .

Juan Manuel, un estudiante de 20 años, se encuentra entre los que descartan la procreación, pero teme no tener “suficiente apoyo ni un lugar donde vivir” cuando sea mayor.

Maass insiste en que la vivienda colaborativa resuelve esa preocupación. Recuerda a un compañero que falleció tras sufrir Alzheimer y para quien fue “maravilloso” llegar a “La Guancha”, ya que compartía su tiempo jugando al dominó, viendo películas o nadando.

Tesha Martínez también se ha integrado con la población de Malinalco, donde la pobreza alcanza el 66.5%, aprovechando su experiencia como docente para enseñar inglés y colaborar en un taller de cerámica. Para ella, es “una nueva vida”.

Los tacos de salmón y lechuga forman parte del menú de Tesha Martínez en “La Guancha”, el primer proyecto de viviendas comunitarias para adultos mayores mexicanos que desconfían de los asilos y que defienden su independencia.

Martínez, una maestra jubilada de 65 años, y su esposo Francisco Vigil, de 61, cambiaron su casa en la agitada Ciudad de México por esta comunidad de Malinalco, un tranquilo municipio turístico a unos 100 kilómetros de la capital.

En un terreno rodeado de bosques y montañas, esta pareja y otras 28 personas mayores han construido hasta ahora seis casas con dinero de sus jubilaciones y ahorros.

Seis ya viven en el lugar, donde está previsto construir otras nueve viviendas, mientras los demás van y vienen, aunque el propósito es permanecer allí el resto de sus días.

“En mi vida laboral di y di de mí porque recibía un salario, ahora es diferente porque es colaborar y he aprendido que dar es mucho más satisfactorio de lo que hubiera imaginado”, dice Vigil, ex trabajador de la industria automotriz , sobre el espíritu del “cohousing”, un modelo de vivienda colaborativa surgido en Dinamarca.

Frente a un gran jardín y una piscina que completan las zonas comunes, el hombre explica que su deseo y el de su mujer es que sus hijos hagan vida propia.

“Si educamos a nuestros hijos para volar, cuando ellos vuelen nosotros también tenemos que volar”, reflexiona.

La pareja también quiere envejecer en mejores condiciones que sus padres. Los ancianos “nunca reciben los cuidados que necesitan, están muy solos”, afirma la mujer, cuyo padre murió a los 91 años tras pasar un tiempo en una residencia de ancianos.

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“La Guancha” nació en 2009 como un proyecto académico de Margarita Maass sobre la mejora de la calidad de vida de los adultos mayores, un tema que podría ganar interés en este país cuya población –de 127,5 millones de habitantes– enfrenta “un proceso de envejecimiento moderadamente avanzado”. ”, según las autoridades.

Junto a varios conocidos, Maass, doctor en ciencias sociales, compró el lote donde años después sus actuales dueños construyeron casas con paredes de paja y arcilla e instalaron calentadores solares para el agua, que obtienen de la lluvia y de un canal que se alimenta de ríos.

También sembraron árboles de mango, mamey, naranjo, guayaba y limón. “La naturaleza es algo que (…) me llena el alma”, afirma Martínez, quien armó el recetario con la ayuda de chefs, nutricionistas y “muchos glotones”, como llama cariñosamente a sus compañeros.

Como aporte a su nueva familia, Vigil sistematizó las compras según el menú y el número de comensales, gasto que se financia con aportes de todos. También está a cargo del reglamento y del colegio de abogados.

“El cohousing es una muy buena solución para las personas que se quedan solas porque significa vivir juntos; para las personas que se quedan sin mucho dinero porque comparten gastos, y para las personas que tienen problemas de enfermedades, porque al estar juntas comparten médico”, resalta Maass.

El investigador explica que este modelo se diferencia del asilo porque el grupo “decide cómo quiere su casa, dónde la quiere, de qué tamaño, con qué personas y con qué recursos económicos”.

“Nueva vida”

El cohousing surgió en los años 60 y se ha extendido a países como España y Uruguay. En México empieza a despegar con 12 proyectos.

Según el instituto de estadísticas, INEGI, entre 2018 y 2023 la población de 60 y más años aumentó de 12.3% a 14.7%, mientras que la tasa de fecundidad cayó de 2.07 a 1.60 hijos por mujer en promedio. .

Juan Manuel, un estudiante de 20 años, se encuentra entre los que descartan la procreación, pero teme no tener “suficiente apoyo ni un lugar donde vivir” cuando sea mayor.

Maass insiste en que la vivienda colaborativa resuelve esa preocupación. Recuerda a un compañero que falleció tras sufrir Alzheimer y para quien fue “maravilloso” llegar a “La Guancha”, ya que compartía su tiempo jugando al dominó, viendo películas o nadando.

Tesha Martínez también se ha integrado con la población de Malinalco, donde la pobreza alcanza el 66.5%, aprovechando su experiencia como docente para enseñar inglés y colaborar en un taller de cerámica. Para ella, es “una nueva vida”.

Envejecer entre amigos, el tesoro que encontraron los adultos mayores en México




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