Tradicionalmente, los papas eran colocados sobre un catafalco en la Basílica de San Pedro y sepultados dentro de tres ataúdes sucesivos: uno de ciprés, uno de plomo y otro de roble. El papa Francisco desechó esa estructura y su cuerpo ahora será colocado directamente en un ataúd simple de madera, expuesto sin elevaciones ni adornos.
El papa Francisco rompió con siglos de tradición al ordenar que, tras su fallecimiento, su cuerpo fuera expuesto en un ataúd abierto para que los fieles puedan despedirse sin barreras. Ya no habrá plataformas elevadas ni símbolos que marquen poder: su despedida fue pensada como la de un pastor cercano a su pueblo, no como la de un monarca.
Este gesto marca el tono de una serie de decisiones que el pontífice dejó por escrito, todas con un mismo propósito: simplificar el ritual, reducir formalidades y reflejar una espiritualidad humilde, coherente con su vida.