¿Los síntomas estomacales como la hinchazón y los gases después de una comida copiosa se alivian con una caminata ligera?
La actriz y cocinera canadiense Mairlyn Smith reveló recientemente en TikTok que ella y su esposo salen a caminar después de cenar para liberar los gases reprimidos. Smith llama a estas caminatas “caminatas con pedos”. El hashtag está de moda en las redes sociales.
El objetivo de estos paseos es iniciar el proceso digestivo y aliviar la hinchazón, expulsar los molestos gases o la sensación de que una comida abundante se ha asentado en el estómago como un ladrillo. Smith afirma que una caminata de diez a veinte minutos te ayuda a “envejecer maravillosamente”.
Pero, ¿la ciencia respalda los beneficios de caminar después de comer? ¿Y cómo puede nuestro conocimiento sobre la función y las enfermedades digestivas ayudarnos a encontrar formas de eliminar esa sensación de hinchazón con el ejercicio?
Primero, pensemos en lo que sucede cuando tu estómago se llena después de una buena comida. Su capacidad varía según la edad, el tamaño y los hábitos alimentarios, pero cuando está llena empieza a temblar como una lavadora.
El sistema nervioso autónomo controla el movimiento y la actividad del corazón, los pulmones y los intestinos. Es un sistema automático que opera más allá del control consciente. Por ejemplo, no piensas en hacer latir tu corazón o mover tus intestinos, ¿verdad?
Hay dos divisiones del sistema autónomo. El división simpática ordena respuestas de lucha y huida, como aumento de la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Esto te permite mantenerte firme o huir como un hombre poseído.
Su opuesto es sistema nervioso parasimpáticoque gobierna las respuestas de descanso y digestión. Entra en juego cuando estás listo para reducir esa comida masticada a sopa (también llamada quimo) y absorber todos sus nutrientes en el torrente sanguíneo. Luego excreta desechos y gases en forma de heces y flatulencias.
Para ello, el sistema nervioso parasimpático moviliza el intestino. Provoca la liberación de jugos digestivos, que contienen enzimas que descomponen los carbohidratos, las grasas y las proteínas en moléculas absorbibles más pequeñas. También activa los músculos de la pared intestinal, permitiendo el avance del quimo. Esta forma de acción se llama peristalsis.
¿De dónde vienen los gases?
Esta es una pregunta que me hizo mi hija hace un par de semanas. Cuando comencé a explicarle las bacterias y la fermentación de la fibra, perdió el interés y me preguntó si podía ver un programa animado en la televisión.
La flatulencia es el síntoma asociado a los flatos, la acumulación de gases en el tracto digestivo. Los gases pueden acumularse de muchas maneras y la dieta suele ser uno de los principales culpables.
Los alimentos ricos en fibra y los que contienen carbohidratos no digeribles, como la inulina (la alcachofa de Jerusalén es un buen ejemplo), permanecen en el intestino, donde sus bacterias inducen la fermentación.
Quienes hayan probado la dieta de la sopa de repollo rica en fibra también darán fe de ello. Tampoco hay que olvidar el poder flatulento de las bebidas carbonatadas, ni la deglución de aire que puede producirse al comer demasiado rápido.
Aunque las flatulencias son una parte normal de la vida, su excesiva frecuencia (u olor) puede ser un signo de una trastorno gastrointestinall. Por ejemplo, intolerancia al gluten o a los lácteos, o síndrome del intestino irritable.
Entonces, ¿qué evidencia existe de que caminar puede facilitar la digestión?
Los resultados obtenidos al investigar el efecto del ejercicio sobre el intestino son algo inconsistentes. Hay que tener en cuenta varios síntomas gastrointestinales. En el caso del estreñimiento, comer fibra es una buena medida, pero es recomendable hacer ejercicio regularmente porque tiene un efecto positivo en las deposiciones.
Y no tienen por qué ser ultramaratones o levantar pesas durante tres horas. A menudo se recomienda caminar con regularidad o trotar ligeramente.
Una revisión de estudios demostró los efectos positivos del ejercicio aeróbico y del qigong (ejercicios de movimiento chinos similares al tai chi), pero concluyó que se necesitaban investigaciones más rigurosas para profundizar en el tema. De hecho, el ejercicio diario moderado se ha asociado con un menor riesgo de desarrollar cáncer de intestino y enfermedad diverticular (desarrollo de bolsas del intestino delgado), que están relacionados con el estreñimiento.
¿Y las flatulencias?
Un estudio reveló que los síntomas intestinales, principalmente gases, eran más prominentes y frecuentes en reposo que durante el ejercicio. Otro examinó el efecto de los niveles de ejercicio sobre síntomas como flatulencia y náuseas.
Descubrieron que las caminatas de larga distancia (es decir, el ejercicio prolongado de baja intensidad) generaban estos síntomas, aunque con una frecuencia y gravedad notablemente menores en comparación con el esfuerzo de alta intensidad.
Entonces ¿es posible exagerar? Los síntomas gastrointestinales son comunes en los deportistas, como la colitis del corredor. Son episodios de diarrea que pueden sufrir los corredores durante una carrera.
Además de la diarrea, el esfuerzo intenso también puede provocar síntomas de indigestión, náuseas y dolor abdominal como consecuencia de la reducción del flujo sanguíneo al intestino al desviarse hacia los músculos: un ejemplo de cómo el sistema simpático actúa contra la digestión.
¿Cuáles son entonces los otros mecanismos de influencia del ejercicio sobre el intestino? También se ha sugerido que la acción simpática y la cascada de diferentes hormonas liberadas durante el ejercicio provocan inflamación localizada en secciones del intestino. Esto podría cambiar el microbioma intestinal y por tanto la producción de flatos.
Así que, aunque de momento no hay una respuesta o recomendación clara, no es descabellado plantearse probar ejercicios ligeros como caminar para ver si puede aliviar los síntomas abdominales.
Sus efectos positivos demostrados sobre otros aspectos de la salud, como el riesgo cardiovascular y la pérdida de peso, serán una ventaja añadida.
*Dan Baumgardt es profesor titular de la Facultad de Fisiología, Farmacología y Neurociencia de la Universidad de Bristol, Reino Unido.
*Este artículo fue publicado en The Conversation y reproducido aquí bajo licencia creative commons. Haga clic aquí para leer la versión original (en inglés).
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