La historia de Ángel, el menor que controlaba Villa Faro
La periodista Nuria Piera presentó un reportaje que revela una de las caras más duras de la realidad dominicana: la niñez perdida en los barrios marginados, donde la pobreza, la desintegración familiar y la falta de oportunidades empujan a muchos menores hacia la delincuencia.
El caso de Ángel, conocido como “El Diablón”, un niño de apenas 13 años acusado de liderar una pandilla en Villa Faro, ha puesto en evidencia un fenómeno que se repite en distintos sectores del país.
El menor, cuya historia se viralizó en redes sociales tras difundirse imágenes con armas junto a otros adolescentes, forma parte de un entorno marcado por la precariedad y la ausencia institucional.
Según testimonios, dos grupos juveniles, “Bloque Z” y “Los Tablones”, se disputan el control de las calles y esquinas de Villa Faro, protagonizando enfrentamientos y robos que mantienen en tensión a los residentes.
Su madre, de 29 años, tuvo a Ángel a los 15. Hoy, sin empleo estable y sin apoyo del padre —quien emigró a Estados Unidos y luego fue internado por adicciones—, intenta criar sola a sus tres hijos. “Yo lo he llevado personalmente al destacamento, pero como es menor, lo sueltan”, narró ante las cámaras, describiendo un ciclo de frustración e impotencia.

Ángel abandonó la escuela en tercer grado. Las autoridades educativas optaron por entregar su cupo a otro estudiante debido a su inasistencia, lo que marcó el inicio de su desvinculación del sistema escolar. A los 11 años, su madre buscó ayuda psicológica sin éxito, y con el tiempo el niño terminó involucrado en hechos delictivos junto a otros menores del barrio.
En el mismo reportaje se documentan otros casos, como el de “Chuquito”, un joven de 14 años que alguna vez fue promesa del baloncesto en el Club San Lázaro y que perdió la vida en un incidente violento durante un supuesto enfrentamiento con la policía.
Historias como estas ilustran una cadena de abandono donde la niñez se convierte en carne de cañón de la criminalidad urbana.
Villa Faro, un populoso sector del municipio Santo Domingo Este, concentra más de 120 mil habitantes, con al menos 87 juntas de vecinos, 90 fundaciones y 14 bandas juveniles activas según dirigentes comunitarios.
En sus calles, los robos, los puntos de drogas y la inseguridad son parte de la rutina diaria. Los vecinos aseguran que la falta de patrullaje y el deterioro del destacamento policial —descrito como una “ratonera”— agravan la situación.
“Hay menos de veinte policías para todo el sector”, denunció un líder vecinal, mientras otro relató que algunos agentes son acusados de recibir pagos semanales del microtráfico. Las denuncias sobre presunta corrupción y falta de respuesta a los reclamos vecinales son constantes, al igual que la precariedad de las infraestructuras públicas.

En los parques abandonados, los niños derriten cables para vender el cobre o consumen bebidas y sustancias nocivas. El reportaje mostró que una obra valorada en más de cinco millones de pesos destinada a un parque comunitario lleva años inconclusa, mientras los comunitarios deben costear postes de luz y lámparas con sus propios recursos.
La falta de espacios seguros y programas sociales sostenibles agrava la situación. Villa Faro cuenta con diez escuelas de arte y una casa de cultura que sobreviven gracias a los aportes vecinales, ya que —según los dirigentes— ni el Ministerio de Cultura ni el de Educación brindan apoyo económico. Los profesores dan clases con una simple flauta y sin mobiliario adecuado, reflejo de una gestión pública que no alcanza a cubrir las necesidades básicas. En materia educativa, el déficit es notorio: siete escuelas básicas y cuatro liceos no logran absorber la demanda estudiantil. Se estima que entre 2,000 y 3,000 jóvenes quedan cada año sin cupo, lo que los deja vulnerables al ocio, las pandillas y el reclutamiento por adultos dedicados al microtráfico.
Especialistas consultados por Piera explicaron que el 60 % de los hogares en zonas marginadas está dirigido por madres solteras, muchas de ellas con varios hijos y sin apoyo económico.
Esa estructura familiar frágil, unida a la influencia de las redes sociales que glorifican la violencia y el dinero fácil, genera un entorno propicio para la descomposición social.
La Policía Nacional, por su parte, afirma que mantiene una dirección especializada en antipandillas que ha impartido más de 2,000 charlas de prevención en lo que va de año, impactando a unas 54,000 personas.
Sin embargo, los líderes comunitarios insisten en que las acciones aisladas no sustituyen una política de Estado coherente e integral que involucre educación, cultura, deporte y oportunidades laborales.
El reportaje concluye con una reflexión contundente: “La infancia perdida de los barrios no se explica solo por la pobreza, sino por un Estado ausente que abandona a los niños antes de que puedan elegir su destino.” Mientras el país comenta el caso de Ángel “El Diablón”, otros niños crecen en las mismas calles, con los mismos vacíos y la misma idea de que la fama viral es la nueva forma de sobrevivir.
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