Por: Jesús Riera
En el popular programa de HBO Succession, hay un momento icónico en el que Logan, el patriarca de la familia, expresa su desilusión hacia sus hijos diciendo: «Los amo, pero ustedes no son gente seria». Esa frase representa a muchos venezolanos, tanto en el exilio como en casa, y la manera en que perciben el estado del país. Antes de profundizar más, quiero aclarar que esto no es una diatriba ni un manifiesto, sino una exploración de las condiciones culturales, políticas y sociales que han convertido a Venezuela en lo que es hoy. Este artículo fue originalmente publicado en El Informador.
Criticar significa que te importa:
He estado señalando las «fallas» de Venezuela desde el día en que nací, o al menos desde que tuve edad suficiente para formar una opinión. En contraste, siempre he tenido profunda admiración hacia los Estados Unidos: sus innovadores, su ambición, su promesa. Pero también siento un amor grande por Venezuela. Renny Ottolina dijo una vez: «El amor nace de la admiración», pero también le añadiría que nace de la familiaridad y el sentido de pertenencia. Aunque en términos generales quizás no haya tantas cosas dignas de admirar en el país, lo cierto es que Venezuela sigue siendo un lugar único. La calidez y el carisma de su gente, nuestra actitud relajada y fiestera, y la resiliencia de una sociedad que ha sido aplastada bajo el peso de su propias decisiones e ignorancia. En otras palabras, amo a Venezuela porque a pesar de que es un desastre, es mi desastre también. Es imperfecto, sin duda, pero es nuestro. Es casa. Es cierto que tengo la ventaja de analizar estas fallas lejos de las repercusiones directas de vivir bajo un régimen autoritario. Pero si somos honestos, está claro que, aunque duela admitirlo, nosotros no somos un país de gente seria, no en este momento, ni tampoco en las últimas décadas.
Geografía y destino:
Venezuela es parte del hemisferio americano, y está bastante cerca de la potencia global de los Estados Unidos, se encuentra aproximadamente a unas 1,500 millas o 2,400 km, para ser más precisos. Culturalmente, gracias al descubrimiento del petróleo y su producción en el siglo XX, la conexión se hizo aún más fuerte. Esa proximidad ha hecho que Venezuela sea el país más sudamericano de las naciones caribeñas y el más caribeño de los sudamericanos. Las islas del Caribe tienen una enorme influencia estadounidense, muchas de ellas incluso territorios oficiales. Incluso nuestro difunto caudillo, un autoproclamado enemigo del «imperio estadounidense», era un ávido fanático del béisbol, un deporte introducido al país por, sí, trabajadores americanos.
Hoy, sin embargo, Venezuela se encuentra firmemente alineada con el eje Rusia-Irán-China. Este mismo trío ha influido profundamente en países como Cuba. Pero, a diferencia de Cuba, donde el comunismo fue impuesto por la fuerza, el pueblo venezolano eligió inicialmente este camino. Sí, incluso después de que Hugo Chávez entró a la capital con tanques y aviones, la gente en Venezuela votó por él. Esa es una realidad incómoda pero que todos debemos aceptar. A pesar de esto, también somos la tierra de Francisco de Miranda, Andrés Bello y Simón Bolívar: una mezcla intensa de caos, brillantez y valentía.
Vale también recordar que fue en Venezuela donde se inició la liberación de Sudamérica, liderando estos procesos en los actuales territorios de Colombia, Panamá, Ecuador, Perú, Bolivia e incluso regiones de Brasil.
Negociaciones 101:
En muchos países, a un curso introductorio se le denomina «nivel 101», donde enseñan los contenidos básicos de esa materia. Dicho eso, en cualquier clase de negociación, lo primero que se aprende es que lo que quieres es siempre secundario a lo que puedes conseguir. En el caso de Venezuela, es evidente que no hay soluciones fáciles, solo concesiones. Esta búsqueda implacable de soluciones “a medias” y siempre a corto plazo, sin entender el sacrificio requerido para los elementos de una verdadera negociación exitosa, nos ha atrapado en una espiral interminable de miseria. Si analizamos de cerca la situación y concluimos que el objetivo es desmantelar al gobierno, «fracturar» a las fuerzas armadas o generar alguna intervención extranjera como las de Panamá o Grenada, tenemos que ser serios. Nada debería estar fuera de la mesa, ni siquiera la idea de un arreglo al estilo Puerto Rico. Cosas más «locas» han sucedido antes, y ya hemos aprendido que la teoría del «fin de la historia» de Francis Fukuyama es una absurdez.
Como dirían los académicos Ariel y Will Durant «la vida es competencia, y la competencia no solo es la esencia del comercio, sino también el comercio de la vida.» Este concepto es clave para entender la realidad del campo geopolítico y cómo impacta a las negociaciones en Venezuela. El país está en competencia con el régimen de Maduro, que a su vez está en competencia con los Estados Unidos, quien está en directa competencia con países como China. Todo esto en un contexto donde estamos de vuelta en una era de imperios, donde China, Rusia y Estados Unidos compiten por territorio, poder económico e influencia. Si Venezuela quiere usar esto a su favor, debe ofrecerle algo atractivo a las figuras de Estados Unidos que pueden alterar la situación. En particular, al presidente Trump, ansioso por dejar un legado histórico y quien es un estudioso de la famosa Doctrina Monroe. En otras palabras, los cambios de marea exigen cambios de estrategia, y en Venezuela pareciera que algunos todavía no han entendido esto.
Claro, es cierto que estoy bastante sesgado, ya que para mí es evidente que el imperio estadounidense ha sido una fuerza de bien para la humanidad. Pero, aunque te consideres antiimperialista o anticapitalista, si concluyes que es solo una coalición militar la que puede poner fin a la tragedia venezolana, estás admitiendo implícitamente que necesitas de los Estados Unidos. Si se analiza la situación de cerca, es evidente que as fuerzas libertarias del país solo tienen tres opciones. La primera es ejercer unas negociaciones directas, creativas, asertivas con el gobierno de Estados Unidos; la segunda es salir a las calles de forma masiva y repetida hasta recuperar el país, con el uso de la fuerza de ser necesario; o la tercera, simplemente resignarse y aceptar el «estatus quo». La primera y la segunda no son mutuamente excluyentes, y la tercera es más sana que vivir en la fantasía en la que entran muchos que piensan que la situación cambiará solo porque lo queremos. Desafortunadamente, no hay más vías, y bajo estas realidades es como se debería dar cualquier negociación.
La historia también es cambio:
Para que cualquiera de estas opciones ocurra, necesitamos una coalición de gente seria en posiciones de liderazgo y en todos los sectores del país. Nuestra líder actual, María Corina Machado, a pesar de su inteligencia, trabajo y valentía, es solo una persona, y una persona no puede hacerlo todo. Esto requiere de personas serias en todos los ámbitos del país y de los venezolanos en el exterior, sobre todo aquellos en posiciones de influencia, que entiendan que el momento de actuar con vigor y decisión es ahora.
Einstein alguna vez dijo que «la locura es hacer lo mismo y esperar resultados diferentes,» y si queremos recuperar la libertad, no podemos pensar que haciendo las mismas cosas de los últimos años se alcanzará ese objetivo. Venezuela tiene la oportunidad de renacer, tal como lo está haciendo Argentina, pero todavía no estamos ahí, y diría que falta más de lo que creemos. Tal vez ese día llegue pronto, ojalá antes de lo que pensamos. Hasta ese entonces, y como diría Logan Roy, todavía no somos personas serias. Pero esto no tiene por qué ser siempre así, la historia también es una serie de cambios constantes, y la de Venezuela aún está por escribirse.
Nota al margen, por Iliana Lavastida
En el análisis aprecio dos cosas: Primero, algo que es cierto y lo vivimos con nuestros hijos todas las personas que dejamos nuestros países siendo adultos y aunque nos integremos al nuevo lugar, siempre padecemos muy adentro el desarraigo y vemos nuestro país de nacimiento con un sentir que ellos como jóvenes van perdiendo. Es decir, los más jóvenes logran crear un distanciamiento de la tierra que se deja atrás que a los menos jóvenes nos cuesta alcanzar.
Lo segundo es un concepto referente a cierta banalidad con la que algunas personas nos identifican a los latinos en general, pues consideran que por nuestra idiosincrasia y el desenfado que mostramos, somos pocos serios. No comparto ese concepto pero es un estereotipo que muchas personas utilizan para identificarnos.
Fuente :Diariolasamericas.com