El algoritmo no tiene empatía: ¿quién decide lo que vemos?
Vivimos tiempos de algoritmo… donde gran parte de lo que pensamos, opinamos o compartimos está mediado por sistemas invisibles que operan sin rostro ni contexto humano.
Los algoritmos, que organizan nuestro consumo digital, no solo seleccionan contenidos: moldean nuestras realidades. Y lo más preocupante es que lo hacen sin sensibilidad, sin ética, sin empatía.
¿Cómo los algoritmos moldean nuestra percepción?
Este mundo hiperconectado, paradójicamente, está cada vez más encerrado en nuestras propias ideas. Las redes sociales y plataformas digitales han diseñado sus sistemas para ofrecernos contenido “relevante”, pero esa relevancia está definida por algoritmos que solo buscan maximizar el tiempo que pasamos frente a una pantalla.
Lo que vemos no es necesariamente lo más importante, ni lo más veraz, ni lo más humano. Es simplemente lo más rentable.
El algoritmo no sabe distinguir entre lo que nos hace bien y lo que nos hace daño, entre lo que enriquece el debate y lo que solo lo polariza. Solo reconoce patrones: si hacemos ‘clic’ en un video de indignación, si compartimos una noticia amarillista, si comentamos una polémica, el sistema entiende que “eso” es lo que queremos seguir viendo. Así se alimenta un ciclo de retroalimentación constante donde se refuerzan prejuicios, se radicalizan opiniones y se debilita el pensamiento crítico.
En ese entorno, la diversidad de ideas se reduce. La burbuja se hace más densa. Y aunque pensemos que estamos informados, muchas veces solo estamos viendo reflejos de nosotros mismos.
¿El valor compite con la visibilidad?
En la lógica de los algoritmos, lo que no genera interacción no merece visibilidad. Esa ecuación deja fuera muchos temas urgentes: la violencia estructural, las crisis humanitarias, el trabajo comunitario, la educación, la salud mental. ¿Por qué no los vemos? Porque no venden. Porque no entretienen. Porque no escandalizan. El silencio digital no siempre es casual; muchas veces es resultado de una selección automatizada que responde a métricas, no a valores.
Peor aún, voces críticas o disidentes pueden quedar desplazadas no por censura abierta, sino por una invisibilización algorítmica que les resta alcance.
En este contexto, comunicar con impacto social se vuelve una responsabilidad compartida.
Como usuarios, debemos cuestionar lo que consumimos, ampliar nuestras fuentes, romper nuestras propias burbujas. Como creadores de contenido, tenemos el reto de producir mensajes con sentido, aunque no siempre sean los más virales. Porque la comunicación, en su esencia más humana, no debería estar mediada únicamente por lo que funciona en un algoritmo, sino por lo que transforma realidades.
“El peligro no es que las máquinas piensen como humanos, sino que los humanos piensen como máquinas”. Elbert Hubbard