Tecnologías

La megaobra que derrite 13.000 toneladas de hielo cada día solo para enfriarse en el desierto


En un lugar donde el sol abrasa sin compasión y el aire parece arder, se alza un edificio que no solo rompe récords por su altura, sino también por la ingeniería que esconde en su interior. Mantener el confort en semejante estructura, rodeada de arena y calor extremo, requiere un mecanismo tan sorprendente como eficiente. Lo que ocurre bajo sus cimientos parece casi ciencia ficción, pero es una realidad que permite que miles de personas disfruten de un oasis de frescura en medio del desierto.

Un gigante que combate el calor extremo

El Burj Khalifa, con sus 828 metros de altura, se enfrenta a temperaturas que superan con facilidad los 40 °C. Para mantener sus interiores a 24 °C, este coloso necesita cada día el equivalente a derretir 13.000 toneladas de hielo. La cifra resulta impactante, pero detrás de ella no hay derroche, sino un ingenioso diseño pensado para la eficiencia y la sostenibilidad.

© oneinchpunch – shutterstock

Lejos de depender de un simple aire acondicionado, el rascacielos recibe aire frío gracias a una planta de refrigeración urbana que también abastece a otros complejos de lujo de Dubái. Desde allí, agua helada a 3,3 °C circula por tuberías de gran diámetro hasta las entrañas del edificio, donde comienza el verdadero milagro tecnológico.

El poder del “hielo líquido”

El secreto está en un sistema conocido como Almacenamiento Térmico (SIT), basado en una mezcla llamada ice slurry: agua combinada con diminutos cristales de hielo. Este compuesto se fabrica por la noche, cuando la energía es más barata, y se almacena hasta el día siguiente. A medida que se derrite, enfría los interiores del edificio con una eficiencia tal que logra reducir hasta un 40 % el consumo eléctrico.

No se trata solo de enfriar espacios, sino de hacerlo con inteligencia. El sistema aprovecha los momentos de menor demanda para producir frío y lo libera cuando el calor es más intenso. Así, el rascacielos no solo resiste el clima del desierto, sino que también optimiza sus recursos en una región donde la energía y el agua son tesoros escasos.

Agua que nace en pleno desierto

Otra de las hazañas ocultas del Burj Khalifa es su capacidad para generar agua. Al enfriar el aire húmedo que circula por las bobinas del sistema, el edificio produce alrededor de 57 millones de litros de agua al año. Este recurso no se desperdicia: se almacena en tanques subterráneos y se utiliza para regar los jardines que rodean la torre, transformando un subproducto en una solución ecológica y funcional.

Además, para no depender del agua potable, se integran aguas residuales tratadas con procesos de purificación avanzados. De esta manera, el edificio convierte lo que para otros sería desecho en un recurso clave para sostener su sistema de climatización.

Tecnología que anticipa el futuro

Todo este mecanismo está coordinado por una plataforma de automatización que integra miles de sensores. La inteligencia artificial supervisa en tiempo real la temperatura, la humedad y la presión, aplicando mantenimiento predictivo que detecta problemas antes de que ocurran. Gracias a esto, las horas de reparación se han reducido drásticamente, asegurando que el sistema funcione sin interrupciones.

Incluso el llamado “efecto chimenea”, un fenómeno común en los rascacielos que provoca corrientes internas de aire, es controlado mediante una ligera presión positiva que impide la entrada del aire exterior. Así, no solo se combate el calor, sino también el ruido del viento, garantizando un confort único para quienes habitan o visitan esta joya arquitectónica.

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El lado oculto de un símbolo mundial

El Burj Khalifa no es solo el edificio más alto del planeta: es también un ejemplo de cómo la ingeniería puede vencer al desierto con soluciones sostenibles e inteligentes. Su secreto no está únicamente en sus 828 metros de altura, sino en un sistema capaz de transformar hielo en frescura, residuos en recursos y calor extremo en un entorno habitable. Un recordatorio de que, a veces, la verdadera grandeza se esconde en lo invisible.

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