sábado, diciembre 6, 2025

los “norcoreanos” eran cubanos reclutados con una promesa de 2.000 dólares

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Los drones ucranianos no buscaban sorpresas. Su misión era rutinaria: sobrevolar posiciones rusas para detectar movimientos de artillería. Pero lo que registraron hace unas semanas dejó a los analistas sin palabras. Entre los uniformes del frente, las voces no eran rusas ni coreanas. Eran cubanas.

Durante meses, la inteligencia de Kiev había identificado combatientes norcoreanos enviados por Pyongyang como parte del apoyo a Moscú. Sin embargo, los nuevos informes confirmaron algo diferente: la mayoría de los refuerzos extranjeros del ejército ruso ya no vienen de Asia, sino del Caribe.

La Habana en el frente ruso

© Unsplash – Filip Andrejevic.

En un giro inesperado, Cuba se ha convertido en el principal proveedor de soldados extranjeros de Rusia. Según estimaciones ucranianas, hasta 25.000 cubanos habrían sido desplegados en distintos frentes, superando a los contingentes norcoreanos. El Kremlin encontró en ellos un recurso valioso: tropas disciplinadas, sin costo político y con un incentivo irresistible.

Para Moscú, la ecuación es sencilla. Las bajas extranjeras no generan protestas internas, no exigen compensaciones ni erosionan el apoyo público a la guerra. En un conflicto que ya habría costado más de un millón de vidas, usar combatientes foráneos se ha vuelto una estrategia de supervivencia.

Una promesa irresistible en tiempos de hambre

El motor de esta nueva alianza no es ideológico, sino económico. En una isla donde el salario promedio ronda los 20 dólares mensuales, la promesa rusa de 2.000 dólares por mes y ciudadanía para las familias es imposible de rechazar. Algunos reclutas viajan convencidos; otros, según testimonios, son engañados con falsas ofertas de empleo en fábricas o proyectos civiles.

“Para muchos jóvenes, es la única salida real de la miseria”, explica Cristina López-Gottardi, investigadora del Center for Latin American Studies. Pero añade algo más inquietante: “El régimen cubano lo ve como un negocio. Recibe remesas de combatientes, mantiene su alineamiento con Moscú y refuerza su discurso antiestadounidense”.

En el relato oficial, los combatientes son “voluntarios internacionalistas”. En la práctica, son la exportación más rentable de la isla desde los médicos.

Un ejército global al servicio del Kremlin

Los cubanos son solo una pieza de un fenómeno mayor. En 2025, casi la mitad de los prisioneros capturados en Ucrania no son rusos, según datos de inteligencia. En 2022, apenas representaban el 1 %. El ejército ruso se ha transformado en un mosaico de combatientes extranjeros, reclutados mediante coerción o desesperación económica.

De África llegan prisioneros reclutados con amenazas de deportación; de Asia, estudiantes atrapados en falsas promesas laborales. A cambio, Moscú obtiene una fuerza internacional de bajo costo y, de paso, fortalece su red de alianzas con regímenes afines: Irán, Corea del Norte, Venezuela y ahora Cuba.

El resultado es inquietante: una guerra regional que se comporta como un experimento global, donde las autocracias prueban tácticas, comparten armas y exportan lealtades.

El contraataque diplomático de Washington

Estados Unidos no tardó en reaccionar. Un cable interno del Departamento de Estado, fechado el 2 de octubre, instruyó a las delegaciones estadounidenses a usar la implicación de Cuba en la guerra como herramienta diplomática en la ONU. El objetivo: debilitar el apoyo internacional a la resolución anual que exige el fin del embargo.

La administración Trump busca demostrar que La Habana no es víctima, sino cómplice. En los documentos se acusa al régimen de Díaz-Canel de “permitir la explotación de sus ciudadanos como peones de guerra” y de “socavar la estabilidad regional” mediante su colaboración con Moscú.

En 2024, 187 países votaron a favor de levantar el embargo. Washington espera reducir ese número, reintroduciendo el conflicto ucraniano en el debate sobre la legitimidad del régimen cubano.

La narrativa de La Habana: revolución, lealtad y supervivencia

La guerra de Ucrania ya no es solo entre Kiev y Moscú. Cuba se unió al frente ruso y convierte el conflicto en un laboratorio de las autocracias del siglo XXI
© X / @MinfarC.

Desde el Palacio de la Revolución, el gobierno cubano responde con su guion habitual: culpa al “imperialismo estadounidense” de manipular la información y presenta la guerra como una defensa de la soberanía global. En un país donde escasean alimentos, medicinas y combustible, la lealtad ideológica es también una moneda de cambio.

Cuba ha regresado a la lista de países patrocinadores del terrorismo y sufre sanciones financieras más duras que en décadas. Sin embargo, su alianza con Rusia le proporciona oxígeno político y económico. “Combatir junto a Moscú” se presenta internamente como una reafirmación del espíritu revolucionario, aunque en realidad sea una transacción disfrazada de heroísmo.

La guerra como academia autoritaria

La guerra de Ucrania ya no solo define el futuro de Europa. Es también un aula de entrenamiento para las autocracias del siglo XXI. En el campo de batalla, los aliados de Moscú aprenden sobre operaciones con enjambres de drones, guerra electrónica y sabotaje digital.

“El verdadero peligro no son los miles de extranjeros enviados al frente, sino lo que aprenden y exportan después”, advierte Bill Cole, fundador del Peace Through Strength Institute. Ese conocimiento se convertirá, más temprano que tarde, en manuales militares en África, Asia o América Latina.

Ucrania se ha vuelto el gran simulador del mundo autoritario: un laboratorio de combate donde cada aliado de Rusia obtiene experiencia, contactos y tecnología.

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