La inflamación, aunque muchas veces se malinterprete, es uno de los pilares fundamentales de la salud humana. Durante décadas, los avances en neurociencia y biología han desentrañado sus múltiples funciones: desde la defensa contra infecciones y lesiones hasta su relación directa con trastornos crónicos y enfermedades neurodegenerativas. Pero ¿qué pasa cuando esta respuesta natural del cuerpo se sale de control? ¿Y qué papel juega el sistema nervioso en todo esto?
Imaginemos el cuerpo humano como una orquesta compleja en la que cada uno órgano juega una función vital. El director, sin duda, es el sistema nervioso, encargado de coordinar cada movimiento y reacción. Desde ajustar tu ritmo cardíaco hasta interpretar las señales sensoriales más sutiles, como la presión de un abrazo o la textura de un objeto. Este sistema, formado por el cerebro, la médula espinal y una vasta red de nervios, no sólo monitorea el funcionamiento interno del cuerpo, sino que también responde al entorno externo, recopilando datos constantemente para asegurar nuestra supervivencia.
En esta interacción dinámica, la inflamación emerge como un lenguaje que conecta el cerebro con el cuerpo. Es un mecanismo de comunicación utilizado por el sistema inmunológico para advertir de posibles peligros o iniciar procesos de reparación. Sin embargo, como cualquier herramienta poderosa, cuando se usa de manera excesiva o inapropiada, puede volverse dañina. Aquí es donde entra en juego el concepto de inflamación crónica, una condición que, según los expertos, está en el corazón de numerosas enfermedades modernas, desde el Alzheimer hasta la depresión y los trastornos cardiovasculares.
el neurocientífico Elena Gallardoen su libro De la inflamación al bienestarrpublicado por Alfileraceitesnos guía a través de este fascinante pero intrincado campo. Su enfoque, basado en años de investigación y enseñanza, explora cómo nuestra vida contemporánea, marcada por el estrés, la falta de descanso adecuado y la sobrecarga sensorial, está influyendo en la relación entre el cerebro y el cuerpo. Más concretamente, Gallardo detalla cómo la inflamación puede ser provocada no sólo por factores físicos, como infecciones o lesiones, sino también por estímulos emocionales y ambientales.
Uno de los aspectos más innovadores que aborda Gallardo es la teoría polivagaluna herramienta esencial para comprender cómo nuestro sistema nervioso se adapta (o no) a los desafíos de la vida moderna. Según esta teoría, el nervio vago, componente clave del sistema nervioso autónomo, actúa como un puente entre el cerebro y el cuerpo, regulando los estados de calma, alerta o desconexión. Comprender cómo funcionan estos estados (y cómo hacemos la transición entre ellos) no solo nos permite identificar los signos de un cuerpo inflamado, sino también intervenir de manera proactiva para restablecer el equilibrio.
Además, el libro profundiza en el papel del sistema somatosensorial, un “gran desconocido” que subyace a nuestras respuestas sensoriales. Este sistema, estrechamente relacionado con el sentido del tactono sólo está presente en la piel, sino también en los tejidos blandos y los órganos internos, proporcionando una amplia red de datos al cerebro. Como explica Gallardo, aprender a escuchar estas señales internas -concepto que llama atención o conciencia corporal- puede ser la clave para mejorar nuestra salud y prevenir trastornos inflamatorios.
Por supuesto, este análisis no estaría completo sin abordar el contexto actual: vivimos en un ecosistema de sobreinformación. Nuestra exposición constante a dispositivos tecnológicos y redes sociales ha transformado la forma en que el cerebro maneja los estímulos externos.
Según Gallardo, esta hiperconectividad genera un estado de alerta perpetua que no sólo agota los recursos del sistema nervioso, sino que dificulta la consolidación de pensamientos profundos, emociones estables y conductas adaptativas. Las consecuencias de esta infoxicación son palpables: insomnio, ansiedad, fatiga y, en definitiva, aumento de los niveles de inflamación en el cuerpo.
Pero no todo está perdido. En De la inflamación al bienestarGallardo ofrece soluciones prácticas, desde ejercicios para cultivar el mindfulness hasta técnicas para desconectar del “piloto automático” de la vida diaria. Estas estrategias no sólo promueven la regulación del sistema nervioso, sino que también fomentan un autoconocimiento que puede transformar nuestra relación con el cuerpo y la mente.
Hoy tienes la oportunidad de sumergirte en un extracto exclusivo de este libro revelador. Descubra cómo el cerebro y el cuerpo dialogan a través de la inflamación y aprenda a intervenir a tiempo para favorecer su bienestar. Una lectura obligada para quienes buscan comprender cómo nuestras elecciones diarias, desde lo que comemos hasta cómo manejamos el estrés, moldean nuestra salud física y emocional.
Desde hace cientos de años hemos entendido la salud como un concepto amplio, cuyo deterioro estaba asociado a un determinado órgano o sistema de nuestro cuerpo. Por ejemplo, si pensamos en una subida de la presión arterial y rápidamente la asociamos con el corazón o el sistema cardiovascular.
El cuerpo humano funciona como una red de sistemas –los órganos– que se interrelacionan constantemente para su correcto funcionamiento. Podríamos compararlo con una gran orquesta donde el sistema nervioso toma la iniciativa. Este último, formado por cerebro y nervios, es el más evolucionado con diferencia, y tiene la difícil tarea de coordinar el resto de sistemas de nuestro organismo, garantizando su correcto funcionamiento.
También se podría decir que nuestro sistema nervioso actúa como un centro de operaciones en el que se monitorizan constantemente el resto de funciones vitales y los acontecimientos que tienen lugar en su entorno más directo. Sí, tal como lo lees. Además, procesa esta información del entorno externo, lo que supone una suculenta placa de datos que también contribuye al estado de salud. Podríamos afirmar que, durante cada momento de nuestra vida, existe un constante juego cruzado de información entre nuestro cuerpo, nuestro cerebro y el entorno.
Nuestro cerebro Es monitorizar continuamente lo que hacemos, monitorizar la frecuencia respiratoria, el nivel de hormonas, cómo es la digestión, el nivel de ruido al que estamos expuestos o la calidad de las conversaciones. Analiza constantemente todos estos datos para informar del estado en el que nos encontramos. Para ello se apoya en numerosos sistemas que coordina, realizando una importante labor de gestión. Consigue que el sistema digestivo esté recopilando información de los alimentos que se ingieren o de los que aún no se han ingerido, informando así a los centros nerviosos específicos de un posible estado de hambre o saciedad. Por otro lado, trabaja en estrecha colaboración con el sistema inmunológico, que recopila información sobre lo que sucede física y emocionalmente para activar mecanismos de defensa o inflamación, concepto que sin duda será relevante en los próximos capítulos, entendido como un medio de comunicación. con el cuerpo.
Cuando comprendí hace un tiempo que nuestro cuerpo y cerebro están recibiendo enormes cantidades de información sensorial a lo largo de nuestro día –muchas veces de forma consciente, y otras, en gran medida inconscientemente– comprendí el importante papel que la información sensorial tiene para nuestra vida y el correcto desarrollo de nuestra vida. sesos.
Con lo anterior puedo afirmar que La información sensorial condicionará multitud de respuestas que produzcamos en la edad adulta (llámelas respuestas a pensamientos, movimientos o emociones).. Sin embargo, un dato muy importante es que la información sensorial es clave para el desarrollo del cerebro de un niño y adolescente, cuyo proceso de maduración culmina alrededor de los veintiún años. Sabíamos desde hace mucho tiempo que las personas no sólo son resultado de la herencia genética -es decir, de lo que han heredado de mamá y papá-, sino también de su interacción con el medio ambiente. En esta dimensión experiencial interviene en gran medida la exposición sensorial a la que está expuesto cualquier niño o adolescente, siendo esta clave para el moldeado de su cerebro. Detrás de este concepto de experiencia sensorial y moldeado cerebral, se esconde un gran y desconocido sistema que convive con nosotros casi sin perturbarnos, y que es uno de los más relevantes, históricamente hablando, en la especie humana: el sistema somatosensorial. Este sistema es responsable de nuestros sentidos y desde la antigüedad se encarga de mantenernos alerta, en estado de hipervigilancia, para evitar ser presa de, por ejemplo.
Sin embargo, es fácil pensar en los sentidos y asociarlos con los órganos clásicos: la nariz, las papilas gustativas, los ojos, los oídos y nuestra piel. Para nuestro cerebro son auténticos canales de entrada de información, que luego serán procesados como datos como si de un gran superordenador se tratara.
Llevo años especializándome en uno de esos sentidos, en concreto, el tacto. Es un campo apasionante. Para empezar, el tacto se asocia principalmente a la piel, siendo esta el órgano más grande que tenemos en nuestro cuerpo. Si nos paramos a pensar, tenemos piel en prácticamente cada centímetro de nuestro cuerpo. No es descabellado decir que su función ya no debería ser algo menor. Sin embargo, el sentido del tacto también reside internamente en los llamados tejidos blandos, aquellos tejidos que sirven de pegamento entre otros, como los que constituyen una articulación. Supongo que a estas alturas ya nos estamos dando cuenta de la importancia del tacto también asociado al sistema musculoesquelético, dada la gran cantidad de articulaciones que tenemos en nuestro cuerpo. Asimismo, existe el sentido del tacto en nuestros órganos más internos, los viscerales, como el corazón, el hígado o el intestino, entre otros.
Con todo esto, el tacto se extiende enormemente externa e internamente en nuestro cuerpo, aportando información muy valiosa a nuestro cerebro y a ti como intérprete. “Aprender a escuchar”, este sentido asociado al sentido corporal -lo que luego llamaremos atención o conciencia corporal- nos permitirá aumentar nuestro nivel de conciencia respecto a la salud y estado de nuestro cuerpo. Es decir, conocerse mejor y poder intervenir a tiempo.
Como vengo diciendo, los humanos vivimos dentro de un ecosistema de sobreinformación y nuestro cerebro debe procesar todos esos datos, lo que lo agota profundamente. Nuestro cerebro es, sobre todo, un ávido consumidor de luz, sonido y movimiento. Y estos tres elementos son el alfabeto del ahora predominante estilo de vida basado en dispositivos tecnológicos y redes sociales. Como mencioné antes, consumimos información de manera intencional, pero también inconsciente. La sociedad actual está diseñada para atraer la atención de nuestro cerebro y así fomentar el consumismo.
Fuente Informativa